Todos los terapeutas nos equivocamos, sobre todo en nuestros primeros años de práctica. A menudo, tenemos una información demasiado teórica y poco enfocada en los casos reales. Por eso, cuando hacemos nuestras primeras sesiones, es fácil caer en ciertos comportamientos que pueden retrasar la evolución de nuestros pacientes.
En este artículo, voy a detallarte los puntos más habituales.
No revisar tu propia historia
Cuando alguien acude a nosotras, se inicia una relación terapéutica. Esto quiere decir que tu cliente se va a comportar contigo de una forma similar a cómo se relaciona con las personas que hay a su alrededor. Y sus reacciones van a provocar una respuesta emocional en ti.
Como terapeuta, tienes que saber si ese sentimiento está relacionado con la historia de tu paciente o con la tuya propia.
De esta forma, podrás decidir cuál es la mejor forma de actuar en cada caso. Y, para ello, necesitas conocerte en profundidad.
Vamos con un ejemplo.
En una sesión presencial, hice entrar a una clienta en un estado de estrés para ver cómo actuaba. Su respuesta fue violenta, se enfadó mucho. Gritó y golpeó muy fuerte.
A mí, como persona, me cuesta mucho el conflicto. Mi reacción es huir de él porque siento miedo. Al vivir ese temor, como es un viejo conocido, me sobrepuse. Desde ahí, conecté con el amor y la compasión hacia mi paciente. Así, en lugar de evitar el enfrentamiento, entré en él para que ella pudiera ver el daño que se hacía a sí misma con su propia violencia.
Darle demasiada importancia al dinero
Imagino que, si te planteas ser terapeuta, tienes otras motivaciones más allá de la económica. Si no es así, búscate otra profesión.
Ahora bien, en tus inicios, lo más probable es que no cubras tus gastos.
Y eso establecerá una sensación de necesidad hacia tus clientes.
Es peligroso.
En terapia, hay que abrir el corazón, actuar desde el amor. Si necesitas a esas personas para ganar dinero, tu amor no va a tener nada de incondicional. Por lo tanto, aunque los dejes marchar cuando ellos lo decidan, es posible que su partida te deje un mal sabor. Te sentirás enfadada, triste, usada…
La solución que encontré a esta situación fue la austeridad. Cuando he ganado menos dinero, he recortado gastos. De hecho, he llegado a mudarme para pagar menos alquiler.
Esa austeridad me ha enseñado a valorar y cuidar mucho más lo material. Además, ha provocado que me alimente mejor porque la comida real suele ser más económica que los ultraprocesados.
Otra opción sería buscar otro empleo complementario o aliarte con un terapeuta que quiera aumentar su equipo.
No formarte o no confiar en tu intuición
Cuando estás con tus clientes, es importante establecer un equilibrio entre tu intuición y tu formación. Ambas son necesarias y no pueden sobreponerse la una a la otra.
Si quieres ser terapeuta, aprender una metodología en la que basarte es importante. Por ejemplo, en mi caso, sé qué técnicas corporales o de movimiento usar cuando alguien reprime sus emociones.
Sin embargo, lo que te han enseñado no debería ser tu única herramienta. Cada persona es diferente y no todas recibirán bien cualquier método.
En mi caso, cuando no conozco demasiado a alguien, suele ser mi intuición la que me ayuda a escoger el ejercicio o las palabras correctas.
No supervisar los casos de tus clientes
Sin la compañía de una supervisora o un compañero con más experiencia, vas a estar perdida. Tendrás pacientes con los que te surgirán dudas, no sabrás cómo actuar o cómo avanzar con ellos.
Entre otras cuestiones, gracias a mi queridísima supervisora, he aprendido de muchos errores que he cometido. Su guía me ha permitido facilitar procesos más rápidos, efectivos y profundos.
Aunque la supervisión y la terapia personal son imprescindibles, la supervisión es lo que te convertirá en una terapeuta excelente.
Irte por las ramas en lugar de llegar a la raíz
La raíz del conflicto, en muchos casos, estará relacionada con alguna situación irresuelta en el pasado de tu cliente. A menudo, esa situación está en la infancia. En otros casos, no es así.
Como esa cuestión quedó sin solucionar, esa persona construyó una defensa para no sentir el dolor.
Cuando el paciente acuda a ti, es posible que te presente problemas que son ramificaciones de su conflicto inicial. Imagínate que alguien acude a terapia para poner fin a su crisis de pareja.
Tu papel es ayudarle a ver cuál es su coraza o armadura emocional.
Hay que descubrir de qué problema real se está defendiendo.
Porque no es lo mismo una crisis de pareja en la que influye la represión de sentimientos, que otra en la que alguien invade a otro alguien. Vuestra forma de proceder será diferente.
Distanciarte emocionalmente de tu paciente
Las personas que tienen más problemas con este punto son las que se han formado como psicólogas. No sé cómo lo presentan en la facultad, pero parece que enseñen que las emociones del profesional van a interferir en el proceso terapéutico.
Pero tú te vas a emocionar. Vas a sentir algo en relación a lo que te están contando.
¿Por qué no usar eso en favor de tu cliente?
En este caso, no puedo darte un ejemplo propio, ya que yo siempre me he implicado. Pero sí puedo contarte la experiencia de una psicóloga amiga.
Un día me explicó que, en su última sesión, había estado trabajando con una paciente que le había puesto los cuernos a su marido. Le pedía ayuda para ocultárselo.
En la escala de valores de mi amiga, la sinceridad en una relación es muy importante. Y, además, esa ocultación, a la larga, provocaría un daño mayor.
Lo que sucedió es que no pudo evitar mostrarle su visión del asunto. Su clienta percibió la emoción que había tras las palabras, a pesar de que la psicóloga hubiera preferido no mostrarlas.
Sin embargo, ese sentimiento verdadero provocó un mayor impacto en la paciente. Gracias a él, hizo el click que necesitaba para desencallar la situación.
No ser auténtica
Este punto va muy en relación con el anterior, ya que para ser auténtica hay que implicar las emociones. Si no eres una persona real, si te mantienes en tu máscara, tus clientes lo notarán y no terminarán su proceso contigo.
Siempre he pensado (y comprobado), que cada persona busca, inconscientemente, el tipo de terapeuta que necesita en cada momento de su vida.
Por eso, tanto tus emociones como tu talante serán lo que él o ella requerirán.
Si eres provocadora, úsalo. Si te va la suavidad y la dulzura, úsalo. Así, te llegarán aquellas personas que se beneficiarán de tu terapia. Y las que no, se irán.
Buscar soluciones siempre
Como los terapeutas queremos ayudar, es habitual que en nuestros inicios tendamos a querer terminar las sesiones con un “final feliz” o con un descubrimiento.
Pero a veces no se llega a ello. Incluso es probable que esto suceda con personas orientadas a la acción, que buscan en ti “herramientas” para salir de su malestar.
No obstante, con el tiempo, he aprendido que es más terapéutico acompañar a la persona en el sentir de su dolor, permitirle que esté presente en él, antes que darle un ejercicio o herramienta o final feliz.
En ocasiones, esa “solución” puede convertirse en una evasión, en lugar de una herramienta para conectar con su interior.
Darle al cliente lo mismo que hay en su vida
Este fue uno de los primeros aprendizajes que obtuve gracias a la supervisión. Tu función como terapeuta, a menudo, será descubrir qué le faltó a tu cliente y cómo se defiende de esa falta.
Eso es lo que provoca sus malestares que hay en su vida. Por ejemplo, si te llega un paciente muy mental, que busca soluciones mediante la razón, una buena intervención será acompañarle a descubrir sus emociones conectando con su cuerpo.
De esta forma, llegar al problema raíz será mucho más rápido. En lugar de eso, si tratas de “combatir” sus razones con más razones, lo más probable es que os vayáis por las ramas y que acabéis más liados que al principio.
No cuidar la relación terapéutica
Como he comentado antes, tanto tú como tu cliente, vais a vivir emociones el uno hacia el otro y viceversa.
Es en este baile de sentimientos donde van a suceder las situaciones reales, parecidas a las que hay en la vida de tu cliente.
Esas oportunidades serán las que desencadenarán las sensaciones profundas implicadas en el conflicto raíz de él o ella.
Tu papel será darte cuenta de lo que siente hacia ti y lo que tú sientes. Así, podrás fomentar los estados que provocarán cambios.
Olvidarte de tu autocuidado
Este ha sido uno de mis mayores males. He caído en él muchas veces.
Como he mencionado al inicio, en una sesión, tienes que estar con el corazón abierto, dispuesta a emocionarte, en un estado de presencia.
Si estás pendiente de la compra, del papeleo para los impuestos trimestrales y recibes a un paciente detrás de otro, tendrás que ponerte la “máscara del terapeuta.”
No estarás lista para emocionarte, porque estarás cerrada debido a tu propio estrés.
Y eso se nota. Tus sesiones no serán igual de potentes. Quizá tu cliente no lo percibirá, pero tú sí. Te aseguro que no hay una sensación peor que la de terminar y saber que no has estado al 100%.
Además, ¿cómo vas a cuidar de otros si no te cuidas a ti?
Si estás mucho tiempo en este estado, lo más probable es que acabes quemada y no disfrutes de tu trabajo. Y no le deseo eso a ningún terapeuta.
Desde que lo aprendí, cuento mis momentos de meditación y autocuidado como horas de trabajo. Porque son el alimento y nutrición que necesito como terapeuta.
Para terminar, quiero darte unas palabras de aliento.
Ser terapeuta es una profesión maravillosa, en la que recibes tanto como das.
En muchas ocasiones, tus clientes te presentarán cuestiones parecidas a las que tú has trabajado o te estás trabajando. Por eso, las conclusiones que ellos saquen, a menudo, te serán útiles.
Pero no solo eso. Para mí, ser terapeuta es una excelente manera de aprender a amar incondicionalmente. Todas las personas con las que trabajo tocan mi corazón por algún motivo. Me parece maravilloso poder querer a personas con las que, en última instancia, mantienes una relación comercial. (Porque, al fin y al cabo, están pagando por tus servicios).
Como me gusta tanto esta profesión y deseo ayudar a más personas, ahora quiero acercarme a los terapeutas. Me apetece mostraros lo que he aprendido en estos casi 7 años de profesión y 2 de formación en terapia de movimiento.
Por eso, he creado la formación en Terapia Corporal Emocional para que otros terapeutas tengan
Ahora te toca a ti: tanto si eres paciente como si eres terapeuta, ¿crees que hay algún error más a evitar? Me encantará que los expongas en la sección de comentarios.
2 comentarios en «11 errores que cometen los terapeutas»
Hola Nuria dicen que no hay casualidad si no causalidad, sabras que vengo desde el 2015 que me dedico de lleno a mis hijas, antes ni tenia tiempo para ellas pero en todo este lapso de tiempo siempre estuve investigando sobre desarrollo personal y espiritual y me he matriculado a varios cursos y siempre sentia como una necesidad de compartir lo que estaba aprendiendo pero por mis miedos no lo he hecho; ahora estoy en pleno proceso de formacion y mira por recomendacion de Nuria Roura llegue hasta ti, solo quiero agradecer por lo que compartes, creo que sirve de mucho para personas que como yo que estamos en este camino de aprendizaje . Muchas gracias de corazon a corazon .
Pdt. Ya estoy inscrita a tu evento, nos vemos pronto.
Un abrazo.
Yenny
Hola, Yenny
Muchas gracias por compartir un poquito de ti. Te agradezco también las palabras que me dedicas.
Me alegra que estés en el camino del crecimiento personal. Sin duda, es la mejor opción para transformar tu vida y dirigirla hacia donde tú deseas.
En algún momento, seguro que encontrarás la forma de avanzar a pesar del miedo para compartir lo que has aprendido.
Deseo que lo que aprendas en el evento te sirva para ello.
Te abrazo desde el corazón.